16 septiembre 2005

Cités: Rincones con Historia

Entrar a un cité es entrar a otro mundo. Cargados de magia e historia, estos recovecos santiaguinos medio perdidos entre calles antiguas y plazoletas de barrio entran a la escena criolla a finales del siglo XIX como solución habitacional para las clases sociales más modestas.
Estos conjuntos de viviendas tienen más historias que años en sus paredes, la cercanía obligatoria que tienen sus habitantes hace que cada una de ellas sea compartida sin remedio con el resto de los vecinos, con quienes además se mantiene a diario una relación amor-odio. La crítica constante al del lado se debe a lo mismo, el factor espacio, el tenerlos siempre respirando en el oído. Aquí las paredes no sólo escuchan, también hablan y opinan y lo que pasa en la cama de uno, será comentario obligatorio en el comedor del otro al día siguiente, mal que mal, pasan a ser fuente de primera mano.
Entre su fauna típica podemos encontrar, por ejemplo, a la vecina que todo lo sabe y no porque se lo cuenten precisamente, al obrero que madruga, tanto para salir como para llegar del trabajo, los niños que rompen ventanas con la pelota de fútbol comunitaria, la madre soltera que vive, a su vez, con su madre soltera, las viejitas que viven solas con sus pajaritos y que conversan con todo el que se atreva a atravesar la reja, el estudiante universitario orgullo del cité que se quema las pestañas estudiando hasta la madrugada, el mariconcito de la cuadra, la solterona necesitada de cariño, etc. por eso las historias que allí se cuentan tiene tantos matices, la diversidad de personalidades logra un anecdotario sin fin que da para más de un buen libro. Para muestra, un botón.
La historia de “La Chancha”

Esta es una historia digna de ser contada, es la historia de la Chancha, una mujer extraña pero muy divertida, buena para la copucha, el cigarro y el vino tinto, amable como pocas pero peleadora como muchas, lo que hacía más entretenido el día a día del cité de calle Esperanza. Ella vivía en la casa 8 justo en el medio del conjunto, como si estuviese destinada a ser el centro de atención.

A días del Mundial de Fútbol del 62, Julia Tapia, nombre real de la Chancha, una mujer de 52 años, flaca, extremadamente baja, de cabello azabache y ojos color miel, recibió en su casa al Jofeña o José Fernando Ramírez, Primo hermano de su marido don Ortega (en el cité nadie supo jamás su verdadero nombre ni por qué nunca lo dijo) que venía de San Javier y que, como una manera de pagar por la hospitalidad, le regaló a la pareja una chanchita recién nacida que se trajo del campo. Ella quiso devolverla de inmediato pero su marido no lo permitió y aceptó gustoso el regalo. Con el tiempo y la lógica, la chancha creció y la casa se hizo un poco chica para los tres, por lo que Julita decidió, sin previa consulta a don Ortega, amarrarla a un poste de farol que había justo frente a su puerta de entrada. Ahí la chancha, que jamás fue cristianamente bautizada, estaba el día entero mirando a quienes entraban y salían del cité sin mucho más que hacer.
A un costado de los Ortega Tapia vivían las hermanas Galdames, un par de viejitas solteronas que dedicaban sus días a tres jilgueros que cada mañana sacaban a la ventana a tomar aire y sol y a regar las flores que tenían a los lados de la puerta de entrada. El problema era que, de aburrida, la chancha empezó a comérselas. Las hermanas casi paran en la posta cuando vieron que de sus regalonas sólo quedaban los maceteros. La Galdames grande, Rosa, reclamó a sus vecinos y les pidió deshacerse del animalito de inmediato y pese a que a Julita la idea no le molestaba en lo absoluto, don Ortega no cedió; su chancha era sagrada y así las hermanas llamaran a los carabineros, él no dejaría que la tocaran.
Pasaron 6 meses y nada que la chancha se iba, hasta que un día don Ortega salió a trabajar como siempre y al cruzar la Alameda para entrar a la obra, lo atropelló una micro de la línea Diagonal 32 y no hubo nada que hacer. El cité completo estuvo de duelo una semana completa por el pobre hombre; pegaron cintas negras en las puertas y guardaron riguroso luto. Lo velaron en su casa y se le hizo un humilde pero muy sentido funeral con chancha incluida.
Dos semanas después del entierro le llegó a cada uno de los vecinos del cité una invitación hecha a mano por la misma Julita en la que citaba a reunión el sábado siguiente a las 7 de la tarde. Puntual llegaron todos los vecinos a la casa 8. Al entrar vieron frente a ellos una enorme mesa de madera con un montón de ensaladas, seis garrafas de vino tinto, un alto de vinilos de cueca y a la chancha lista para la parrilla. Una vez pasada la sorpresa hicieron un salud por don Ortega, incluso hubo algunos que, entre copa y copa, le pidieron disculpas por el pecado cometido. Ese día bautizaron a Julita como “la Chancha” por más que ella trató de olvidarse del animalito.
Julia María Tapia Carrasco murió en 1992 sin dejar descendencia, su casa la cuida Aurora, una joven madre soltera a quien ayudó a traer al mundo en el mismo cité en 1986, ahí vive con su pequeña hija Julia.
*Texto y fotos: Maru...

04 septiembre 2005

Los mensajes del agua: Masaru Emoto

Es bien sabido que el agua tiene enormes propiedades curativas para el ser humano...pero Masaru Emoto descubrió una de las más bellas que pueda existir.
Este japonés ha estado experimientando en todo el mundo sobre el poder de las ideas, las palabras y la música sobre las moléculas de agua, las que congela y fotografía. El efecto que se obtiene de palabras como "thank you" o "gracias" (el idioma cambia la forma que adquiere la partícula) es muy distinto al que se obtiene con la palabra "demonio" o la frase "me das asco".
Masaru Emoto intenta compartir la téoría de que si el hombre está compuesto por un 70% de agua, entonces el comportamiento tanto personal como el de nuestro entorno, dependiendo de nuestras vibras, puede hacer que la estructura interna de cada ser humano se vea modificada. Desear el bien, rezar, meditar...son sólo algunas actitudes que, finalmente, van a lograr que vivamos más tranquilos y en paz con el resto y con nosotros mismos.
Quería compartir con ustedes esto que es realmente hermoso...espero les guste y que aporten con más. Siempre bienvenidos...
Adeu!
Maru...
PD: hay muchas páginas en internet sobre esto, sólo busquen a Masaru Emoto o Los Mensajes del Agua, su libro y ya...se van a sorprender con las imágenes.