25 junio 2015

Carta a Luis Suárez...

Estimado Luis Suárez...mmm...no...sólo Luis Suárez...porque empezaría mintiendo si te dijera estimado...
Bueno...empiezo diciéndote que eres el menos indicado para dar clases de moral y buenas costumbres, hay que ser bien cara de palo para hacerte el ofendido por lo que Jara le hizo a Cavani...lo que has hecho tú para ganar partidos en la desesperación de verte perdiendo...va mucho más allá de un dedo en el culo...la mano frente a Ghana en el Mundial de Sudáfrica...cuando te viste perdido ante un empate con un equipo al que, seguramente pensaste sería fácil de ganar es sólo el comienzo...
Para que hablar de tus mordiscos...Bakkal, Ivanovic y Chiellini han sufrido tus embates dentales y Evra los racistas y ahora te las das de ofendido por lo que pasó con Cavani...con qué cara???? Sabes acaso lo que significa la palabra moral??? Cuando por tu estupidez dejaste sin tu presencia a tu querida selección...
En esta carta también entra la inconsecuencia de Tabárez haciéndose el ofendido hoy...luego de que dijera "esto es un mundial de fútbol y no de moralidad barata" para justificar tu estupidez sin límites...
Puede ser que Chile no tenga títulos...pero en cojones, corazón, garra e hinchada les ganamos por goleada...pese a casos aislados como el de Jara...nuestros chicos siempre han intentado lograrlo todo a partir de jugar bien, de entregarlo todo...de dejar el alma y el corazón en la cancha...puede que no tengamos títulos...pero podemos entrar a cualquier cancha con la frente en alto y aunque a veces salgamos eliminados...jamás dejamos de estar orgullosos de la entrega de nuestros 11 guerreros...no usamos artimañas desesperadas...ni tácticas maliciosas...nuestras armas son el fútbol y la entrega...y eso lo sabe el mundo entero...
No tenemos títulos...pero tenemos alma...tenemos moral y estamos orgullosos de nuestra historia...y dudo que con tu currículum puedas decir lo mismo...así es que sólo te pido un favor...antes de hablar estupideces... Cuenta hasta 10...porque si no tienes nada inteligente que decir ..mejor no digas nada...
Y por último...a final de cuentas...CHILE SIGUE EN LA COPA...y uds.?????
Atte.,

Una hincha orgullosa...
VIVA CHILE MIERDA!!!!!

06 agosto 2014

En el metro...

Por más que miraba por donde podía entrar, no cabía un alma, hice mi mayor esfuerzo y como la mejor contorsionista del Cirque du Soleil me colé por un pequeño espacio a la derecha del vagón. Ahí estabas…mi hombro quedó pegado al tuyo, me miraste una milésima de segundo directo a los ojos y tu vista volvió al frente, no pude quitarte los ojos de encima…tú sí.
La siguiente estación fue un desafío a la física y lograron colarse 4 personas más, tuve que pegarme a ti por fuerza. Mis labios quedaron a medio centímetro de tu oído y te respiré, algo incómoda, 4 estaciones más…a la quinta y luego de un frenazo de esos que sólo el metro logra dar dentro del túnel, sentí que ponías tu mano en mi cintura afirmándome para no caer, pero no me mirabas, ni de reojo…comenzaste a levantar de a poco mi blusa, quise reaccionar pero no pude…me gustaba la sensación, me gustabas tú. Tus dedos comenzaron a acariciar mi cintura desnuda y tus ojos no me miraban, y tus caricias se hicieron más firmes y seguras y no me mirabas…y no sabía qué hacer, sólo comencé a respirarte más profundo al oído…firme y suave me acercaste a ti, pero no me mirabas.
Faltaba una estación para bajarme y tu mano no tenía intenciones de moverse, mientras te respiraba al oído te dije “permiso” y suavemente bajaste la mano hasta mi cadera y luego a tu bolsillo…tus ojos pardos por fin me miraron y sólo dijiste “adelante”.
Me bajé y te miré y te seguí con la mirada hasta que te perdí por el túnel…y tú siempre con la vista al frente.

Nunca más te he vuelto a ver.

26 marzo 2006

La Pichina

Un poco de historia.
Nos conocimos el año 74, el 6 de noviembre para ser exactos, seguramente ella recuerda ese día mucho mejor pues yo sólo tenía horas en este mundo. Tilsa Aurora Bienvenida González Manríquez es un nombre que carga con una historia muy particular. Quienes la aman la llaman Pichina, que significa pequeña en italiano y su porte majestuoso recuerda a las hermosas actrices mexicanas de los 40, de hecho, su parecido con María Félix era notorio según la gente que la conocía. Su infancia fue difícil; su madre y su padre murieron de cáncer y su madrastra de tuberculosis; a los tres los amó profundamente, por lo que sus muertes, en distintas etapas de su vida, la marcaron para siempre.
Pero el hecho que, seguramente, definió su andar por el mundo y lo cambió radicalmente, fue el terremoto de 1939. Su madre ya había muerto y su vida junto a su padre, su madrastra y su medio hermano Juan, quien luego sería sacerdote Capuchino, era pacífica y llena de comodidades pues eran dueños de un hotel muy especial en el que, incluso, comenzó tocando Violeta Parra en Chillán, no les faltaba nada. Pero ese 24 de enero, el hotel se vino abajo y con él, una vida entera. Pero no fue lo único traumático de ese terremoto; su hermano Juan de 3 años, estuvo a punto de morir aplastado y sólo sobrevivió gracias a la protección de su nana, quien dio su vida por él. El fantasma de la muerte no la volvió a dejar jamás y su temor a ella la acosaría el resto de su vida.
El año 42 fue el turno de su padre quien, agobiado por el recuerdo de lo que había perdido 3 años antes, murió. Ese fue el segundo gran golpe que la Pichina jamás superaría. Luego de esto y con sólo 16 años, decidió que no se quedaría sola y se casó con un teniente de Carabineros llamado Fernando Ibacache. Aunque, hace poco tiempo, algunos nos enteramos que no se casaron hasta después de su segunda hija.
A lo 23 ya tenía cinco hijos; Rosa, Viola, Fernando, María Fresia y Gabriela y vendría aquí su tercer gran golpe. A los 3 meses de nacida, Gabriela enfermó gravemente de bronconeumonia y, a la espera del remedio, murió. La pena sólo fue suavizada en parte ya que Fernando, el único varón, recibió el remedio que correspondía a su hermanita menor y que finalmente le salvaría la vida. Al menos uno de ellos se había recuperado.
Cada una de esta experiencias sólo hicieron más fuerte su carácter; vivió en una pieza de pensión en Talca con sus hijos y debió soportar el machismo de un país entero reflejado en el trato que le daba su marido, quien, según cuenta una de sus hijas, estuvo comprometido con una joven de Sagrada Familia mientras, unos cuantos kilómetros más allá tenía una mujer y dos hijas esperándolo.
Pero un día, agotada de todo, puso al padre de sus hijos en su lugar; un balazo al techo y un tacón de zapato en el ojo de mi capitán y las cosas cambiaron radicalmente. Desde ese día, la Pichina forjó lo que sería su futuro y su destino: ser la matriarca de una enorme familia. Y Fernando comenzó a venerarla.
Cada vez que se habla de la Pichina, es inevitable recordar a su marido, Fernando, conocido mejor en la familia como el tatita. No hay nada mejor que hacer sobremesa y que el tema sea ella, la única que falta para completar la familia perfecta. Sus hijos y nietos comparten historias que, a veces, el otro no conocía, por lo que además de hacer recuerdos hermosos, se aprende bastante. Después del balazo y el taconazo, todo cambió. Paula, una de sus nietas mayores recuerda que su tata dependía de su viejita para todo; no sabía ni siquiera cuantas cucharadas de azúcar le echaba al café. O que la Pichina le separaba las pepitas del tomate porque en algún lado había escuchado que producían cáncer, irónicamente, las semillitas se las terminaba comiendo ella. O que iban al baño juntos siempre, ninguno de ellos entraba si el otro no iba detrás.
Pero el fantasma que la perseguía desde el terremoto del 39, volvió a atormentarla en 1985 cuando un nuevo gran temblor azotó la zona central de Chile. No lo soportó y un preinfarto casi termina con su vida, sería el cuarto golpe. Pero lentamente se recuperó. Para ese entonces vivía en Peñaflor con su marido ya en retiro, con sus hijos adultos y profesionales y con muchos nietos revoloteando por ahí. Sólo Rosy y Viola vivían lejos; Panamá e Iquique respectivamente. Pero la Pichina era una vencedora, había logrado, con mucho esfuerzo y cariño, construir una familia grande y sólida que la estaba llenando de satisfacciones y lo había logrado sola y desde muy abajo.
Pero aquí vendría su quinto y último golpe; 1988 se suponía que sería un año de encuentros, de acercamientos. La parte iquiqueña de su familia había decidido acercarse un poco más e ir a vivir a Talca. La cercanía tenía a la Pichina feliz y un poco más conforme. La alegría se reflejó en el recibimiento en el aeropuerto; muchos besos, abrazos y cosas que contar. Pero una caída comenzó una historia difícil de olvidar para esta gran familia.
Tuvo que guardar reposo por días, días que se iban alargando más y más. Tuvo que hacerse muchos exámenes y pruebas que confirmaron uno de sus peores temores, la cercanía de la muerte: la Pichina tenía cáncer al páncreas y moriría igual que sus padres. Se sometió a todos los tratamientos que le indicó el médico; medicamentos, cirugías, quimioterapias, etc. lo que permitió que viviera en paz los cinco años siguientes.
Pensando que había sido sólo un oscuro episodio en su vida, la Pichina siguió haciendo su vida normal y celebró, incluso, sus bodas de oro. Pero en 1993, el cáncer volvió para llevársela, la postró en una cama, la llenó de escaras y la mujer que había sido la matriarca y pilar fundamental de su familia, comenzó a consumirse poco a poco; ya no daba órdenes, obedecía indicaciones; ya no organizaba la casa, debía dejarla en manos de sus hijas; ya no planificaba el día, apenas y lo pasaba lúcida y la morfina la hacía ver y escuchar cosas que nadie más podía. Comenzó a vivir su propio mundo y ella, que era fuerte, decidida e imponente, era ahora una sombra de 40 kilos que se dejaba manejar sin chistar. La Pichina perdió la vida antes de morir. Su propio hermano le dio la extremaunción. El mismo hermano que, años después, moriría igual que ella.
El 11 de julio de 1993 a la hora de almuerzo, rodeado de sus hijos (incluso la panameña), algunos nietos y su hermano Juan, la Pichina dejó de sufrir y con ella se fueron todos esos golpes que dejó como enseñanza de que no hay nada en el mundo que prohíba ser feliz, ni el más horroroso de los golpes, ni el más espantoso de los dolores. Su funeral fue el único día con sol de ese invierno.
La Pichina se fue y con ella murió también una familia entera que quedó desbaratada. No hubo reemplazo y nunca lo habrá, y hasta hoy, cada vez que suena por ahí Solamente Una Vez, su canción, las lágrimas no se hacen esperar. Después de doce años, sigue siendo el pilar y el refugio de cada uno de los integrantes de su familia. No vio nacer a ninguno de sus bisnietos pero los conoce a todos, no vio casarse ni graduarse a ninguno de sus nietos pero estuvo presente en todos los eventos, no vio morir a su hermano, pero lo vino a buscar de la mano, la Pichina se siente en el aire, Sigue siendo la matriarca de una familia a la que sigue vigilando, a la que acompaña a cada paso y apoya en cada intento. Y gracias a ella ese enorme clan sigue unido, porque ella está en cada uno, para siempre.
Recuerdos
Ayer llegó de vacaciones su hija mayor, Rosa, quien vive hace ya varias décadas en Panamá y, obviamente, uno de los temas principales a la hora de la reunión familiar fue ella: la Pichina. Es doloroso a veces, pero sentimos la necesidad de recordarla. Siempre.
Ahora ya se puede recordar con alegría y no con tristeza, pero eso se logró recién a los 12 años de su partida, porque caló hondo y sigue haciéndolo. Hablamos de los tallarines con salsa natural que la Pichina hacía para lucirse, eran maravillosos y desde que murió ya nunca se ha probado algo igual en la familia. De la cantidad de bebidas que compraba; siempre tenía una jaba de Coca-cola y una de Cachantún y jamás permitía que se terminaran.
Viola siempre recuerda haber sido la que más dolores de cabeza le producía: se arrancaba, desobedecía y en eso arrastraba a los más pequeños y, al final, era la mayor, Rosa, la que terminaba castigada por no cuidar a los menores. Recuerda también lo amiga que fue la Pichina, la poca diferencia de edad con sus hijos la hacía, muchas veces, cómplice y confidente. Fumaba a escondidas con las mayores, escondía a sus yernos cuando su marido llegaba a la casa, y siempre estaba dispuesta a apañarlos en todo. Ellos la recuerdan con muchísimo cariño, de hecho, para su funeral, lloraron la pérdida de una verdadera madre.
De sus nietos se puede decir mucho también, somos doce, pero sólo hay 2 varones. Las mujeres llevamos la batuta en esta familia. Siempre nos consintió, pero con mano dura, nunca dudó en pegarnos si lo consideraba necesario, nos retaba por cada cosa incorrecta, pero nos regaloneaba el 90 por ciento del tiempo. Cuando mi padre tuvo que viajar por seis meses a París por trabajo y mi madre se fue con él un mes como una especie de luna de miel atrasada, me quedé con ella, yo tenía sólo meses y cuando le preguntaba por ese periodo, siempre me contaba lo mismo: puso mi cuna al lado de su cama y para que yo me durmiera tranquila, ella tomaba mi mano y así, todas las noches por un mes completo. Ella era mi madre, mi otra madre y su muerte aún no ha sido asumida en mi corazón.
La Pichina se recuerda con todo y su inseguridad, no soportaba a las nanas gracias a lo sociable que fue mi abuelo en un momento dado con ellas y no se distinguía por tratarlas bien, pero debió ser una mujer bastante justa ya que para su funeral fueron tres nanas que había tenido muchos años antes y lloraron con la familia con la misma pena y la misma impotencia. Se hacía querer.
Mi hermana Paula es la que más recuerda anécdotas e historias de la Pichina y siempre termina contando alguna en la mesa, además, es físicamente la más parecida a ella. Hay mucho más que decir de la Pichina pero en la reunión familiar de ayer decidimos que esos recuerdos son nuestros y que es complicado compartirlos porque hay algunos bastante duros y otros que da mucha pena recordar. Siempre voy a amar a la Pichina, ella siempre ha estado y estará a mi lado, tomada de mi mano, como cuando era niña calmando con su amor todos mis miedos. La extraño mucho, extraño sus besos, sus abrazos, sus consejos y su tremenda compañía. Extraño sus kilos de más, su esmalte y su labial rojos, extraño su voz fuerte e imponente, su comida, todo. Extraño todo de ella y sé que nunca podré dejar de hacerlo, porque aún siento su mano tomando la mía en los momentos difíciles, que últimamente han sido bastantes.

12 enero 2006

Mis crónicas favoritas...

Me arriesgo porque quiero arriesgarme, porque creo que ambos autores lo merecen y lo ameritan, son dos grandes que han inspirado a otros grandes a través de la historia, son personajes interesantes en su forma y, aún más, en su fondo. De pluma apasionada y mente soñadora, cada uno entrega, de sobra, lo que se espera de ellos. Dos maestros dedicados a las letras en cuerpo y alma, dos maestros que enseñan en cada línea que escribir es amar la palabra y darle vida.
Para este análisis escogí a Gabriel García Márquez y su libro “La Aventura de Miguel Littin Clandestino en Chile”, una crónica extensa, escrita en primera persona (de Littin al público) que describe con un detalle único las peripecias del cineasta chileno de vuelta al país durante su periodo de exilio. García Márquez es capaz de mostrarnos un Chile tan exacto, un ambiente tan claramente familiar que da la impresión de que fuera el mismo quien va dando cada paso a la vera de Littin. García Márquez describe no sólo lugares, ambientes y reacciones con una exactitud propia de la memoria más privilegiada; también se interna en los miedos, ansiedades y respiros de cada uno de los personajes que recorren su obra haciéndonos sudar, temblar y llorar con ellos. Esta crónica sólo da cuenta de la capacidad literaria de un grande, nada nuevo para los que lo conocen, pero a diferencia de sus grandes obras, ésta me suena más íntima y personal que cualquiera.
Mi segunda elección es una española con carácter, que dice mucho, a veces, en muy pocas palabras, inteligente y audaz. De ella escogí un compilado que no sé si tendrán algo de crónicas, biografías o de ambas cosas, en fin, escogí a Rosa Montero y sus “Historias de Mujeres” que cuenta la vida de 15 personajes femeninos mundiales tan disímiles como interesantes; malas unas, demasiado buenas otras, pero todas, finalmente, mujeres que hicieron historia. Rosa no sólo cuenta sus vidas muy bien documentada, sino que entra en ellas como si fueran parte de la propia, tomando partido, analizando sus actos; a veces enjuiciando, otras defendiendo, pero siempre dejando el corazón en cada letra, como si contara la vida de una íntima amiga, de su madre o de su peor enemiga, en fin, de alguien que de una u otra forma ha calado hondo en su vida. A través de las páginas nos enseña no sólo el desarrollo de 15 caminos distintos, sino también del propio, que va apareciendo de línea en línea como asomándose tímida entre las letras.
Rosa se muestra, Gabriel se muestra y yo me enamoro de ellos por que ambos me entregan todo lo que busco en una buena lectura; realidad, fuerza, coraje y sentimiento. Muy pocos autores logran lo que ellos logran en mí: que los lea y con ganas.

04 enero 2006

Jo,jo,jo...sí claro...

El olor a pino fresco entraba por cada rendija de la casa, todo el año, pero por algún motivo en especial, en navidad se potenciaba ese aroma…era maravilloso poder sentarse en uno de los sillones de mimbre del patio, cerrar los ojos y dejarse marear por ese olorcito a campo que pocas veces se siente en una ciudad tan árida como Iquique…pero nosotros lo teníamos plantado justo en la mitad del pequeño patio trasero. Era mágico. Cada año lo adornábamos con bolas de colores, cintas, monitos que encontrábamos en la Zofri y una gran estrella en la punta que tuvimos que dejar de poner años después por el rápido crecimiento del arbolito en cuestión; ya nadie llegaba tan alto como para ponerla.
Era 1982 cuando mis hermanas y yo decidimos hacer un pacto de honor y no dejar que, como cada año en navidad, nos sacaran de la casa a esperar ver pasar los renos por el cielo. Los primeros años fue entretenido y lleno de magia esperar a que sobre nuestras cabezas pasara un gran carro rojo con muchos renos y el viejito pascuero encima lleno de regalos, abrigado hasta el cuello (cosa que nunca me cuadró mucho en una zona desértica como mi ciudad) además salir a la calle era una forma bastante natural de pasar el calor de la temporada. Pero el tiempo y la espera hicieron que ya al tercer año nos diéramos cuenta de que el gordito de barba no iba a pasar por más que miráramos al cielo con ilusión y fe, como decía mi mamá, que era la autora de toda esta obra de distracción.
Ese año, entonces, decidimos tirarnos a huelga en masa y no salir a ninguna parte; nos plantamos frente al árbol a las once de la noche y de ahí no nos movió nadie, éramos tres mujeres de corta edad pero de mayor altura y contextura de lo normal así es que se les hizo difícil evitar el bloqueo navideño. A las once y media ya estábamos aburridas, esperando, porque ni siquiera nos preocupamos de que en el living no había tele como para distraernos un ratito, así es que nos pusimos a jugar con lo que había a mano; entiéndase cristales, floreros, velas y pañitos tejidos a crochet. lamentablemente los juegos derivaron en pelea y en eso estábamos cuando el reloj de la cocina tocó una desilusionante campanada y mis hermanas y yo nos miramos esperando el milagro…mirando el techo (no teníamos chimenea, obviamente) y dieron las doce cinco…las doce diez…las y cuarto…y nada del gordito de abrigo largo…y ya cuando nuestros ojos se comenzaron a cristalizar de la pena debido al abandono del que éramos víctimas…sonó una campanita en la puerta de calle…y mis papás se miraron con cara de duda…y nosotras nos miramos con cara de más duda y corrimos en estampida siguiendo el sonido de la mentada campana…al abrir la puerta la sorpresa fue descomunal, ahí, frente a nuestros párvulos ojos había un monte de regalos de la más diversa naturaleza; toallas, trajes de baño, despertadores, juguetes y muchas cosas más. Todo pasó frente a mis ojos como en cámara lenta, mis hermanas corriendo y gritando, mis padres abrazados cual postal de los años 40 (le faltaba el puro delantal de cintura a mi madre y la Coca-cola heladita en la man o a mi padre), la brisa marina suave haciendo flamear al viento nuestros cabellos, fue genial…hasta que empecé a abrir los regalos.
Para resumir el cuento del viejito y su nula participación en esta historia, debo ser justa y decir que esa navidad no fue de las mejores; me regaló a medias con mi hermana mayor, una bicicleta hermosa, roja, media pista, que era mi sueño, lo que jamás le he perdonado, es que era del tamaño de mi hermanita cuatro años mayor que yo y mis pobres patitas infantiles no llegaban a los pedales y no llegaron jamás, ni siquiera cuando la bici jubiló, por lo que nunca pude usar mi regalito, además, encuentro el colmo de la inconsciencia que un viejito, supuestamente tan tierno y preocupado por los niños de este planeta, haya dejado los regalos a vista y paciencia de todo el barrio a riesgo cierto de que pasara algún amiguito de lo ajeno y se llevara mi súper bici que nunca usé, el vestido en serie que las dos hermanas menores recibimos, la toalla de color verde musgo que usé hasta el cansancio en Cavancha, el despertador del pájaro carpintero y el traje de baño, también en serie, con un coqueto hoyito en la panza. No fue mi mejor navidad, pero es la que más recuerdo, porque seguramente seguí creyendo en el viejito pascuero después de eso, pero le agarré una pica que me duró hasta que dejé de esperarlo.

16 diciembre 2005

Mea culpa

Hace rato que no escribo...principalmente por falta de tiempo por los estudios...qué irónico...estudio periodismo y no tengo tiempo de escribir...a lo que hemos llegado!!!! la cosa es esa...estoy en un programa trimestral que me tiene loquísima...me ha ido muy bien y eso me tiene feliz...tengo a mi lado al hombre más maravilloso del mundo...no podría pedir más...mi salud está genial...étc...lo único que me tiene triste es la lejanía de mi amor y el asunto este de no encontrar pega...pero estamos trabajando para arreglar ambas cosas...y eso por ahora...dando explicaciones...ya volveré y mejor que nunca...lo prometo!!!! Adeu! Maru...

16 septiembre 2005

Cités: Rincones con Historia

Entrar a un cité es entrar a otro mundo. Cargados de magia e historia, estos recovecos santiaguinos medio perdidos entre calles antiguas y plazoletas de barrio entran a la escena criolla a finales del siglo XIX como solución habitacional para las clases sociales más modestas.
Estos conjuntos de viviendas tienen más historias que años en sus paredes, la cercanía obligatoria que tienen sus habitantes hace que cada una de ellas sea compartida sin remedio con el resto de los vecinos, con quienes además se mantiene a diario una relación amor-odio. La crítica constante al del lado se debe a lo mismo, el factor espacio, el tenerlos siempre respirando en el oído. Aquí las paredes no sólo escuchan, también hablan y opinan y lo que pasa en la cama de uno, será comentario obligatorio en el comedor del otro al día siguiente, mal que mal, pasan a ser fuente de primera mano.
Entre su fauna típica podemos encontrar, por ejemplo, a la vecina que todo lo sabe y no porque se lo cuenten precisamente, al obrero que madruga, tanto para salir como para llegar del trabajo, los niños que rompen ventanas con la pelota de fútbol comunitaria, la madre soltera que vive, a su vez, con su madre soltera, las viejitas que viven solas con sus pajaritos y que conversan con todo el que se atreva a atravesar la reja, el estudiante universitario orgullo del cité que se quema las pestañas estudiando hasta la madrugada, el mariconcito de la cuadra, la solterona necesitada de cariño, etc. por eso las historias que allí se cuentan tiene tantos matices, la diversidad de personalidades logra un anecdotario sin fin que da para más de un buen libro. Para muestra, un botón.
La historia de “La Chancha”

Esta es una historia digna de ser contada, es la historia de la Chancha, una mujer extraña pero muy divertida, buena para la copucha, el cigarro y el vino tinto, amable como pocas pero peleadora como muchas, lo que hacía más entretenido el día a día del cité de calle Esperanza. Ella vivía en la casa 8 justo en el medio del conjunto, como si estuviese destinada a ser el centro de atención.

A días del Mundial de Fútbol del 62, Julia Tapia, nombre real de la Chancha, una mujer de 52 años, flaca, extremadamente baja, de cabello azabache y ojos color miel, recibió en su casa al Jofeña o José Fernando Ramírez, Primo hermano de su marido don Ortega (en el cité nadie supo jamás su verdadero nombre ni por qué nunca lo dijo) que venía de San Javier y que, como una manera de pagar por la hospitalidad, le regaló a la pareja una chanchita recién nacida que se trajo del campo. Ella quiso devolverla de inmediato pero su marido no lo permitió y aceptó gustoso el regalo. Con el tiempo y la lógica, la chancha creció y la casa se hizo un poco chica para los tres, por lo que Julita decidió, sin previa consulta a don Ortega, amarrarla a un poste de farol que había justo frente a su puerta de entrada. Ahí la chancha, que jamás fue cristianamente bautizada, estaba el día entero mirando a quienes entraban y salían del cité sin mucho más que hacer.
A un costado de los Ortega Tapia vivían las hermanas Galdames, un par de viejitas solteronas que dedicaban sus días a tres jilgueros que cada mañana sacaban a la ventana a tomar aire y sol y a regar las flores que tenían a los lados de la puerta de entrada. El problema era que, de aburrida, la chancha empezó a comérselas. Las hermanas casi paran en la posta cuando vieron que de sus regalonas sólo quedaban los maceteros. La Galdames grande, Rosa, reclamó a sus vecinos y les pidió deshacerse del animalito de inmediato y pese a que a Julita la idea no le molestaba en lo absoluto, don Ortega no cedió; su chancha era sagrada y así las hermanas llamaran a los carabineros, él no dejaría que la tocaran.
Pasaron 6 meses y nada que la chancha se iba, hasta que un día don Ortega salió a trabajar como siempre y al cruzar la Alameda para entrar a la obra, lo atropelló una micro de la línea Diagonal 32 y no hubo nada que hacer. El cité completo estuvo de duelo una semana completa por el pobre hombre; pegaron cintas negras en las puertas y guardaron riguroso luto. Lo velaron en su casa y se le hizo un humilde pero muy sentido funeral con chancha incluida.
Dos semanas después del entierro le llegó a cada uno de los vecinos del cité una invitación hecha a mano por la misma Julita en la que citaba a reunión el sábado siguiente a las 7 de la tarde. Puntual llegaron todos los vecinos a la casa 8. Al entrar vieron frente a ellos una enorme mesa de madera con un montón de ensaladas, seis garrafas de vino tinto, un alto de vinilos de cueca y a la chancha lista para la parrilla. Una vez pasada la sorpresa hicieron un salud por don Ortega, incluso hubo algunos que, entre copa y copa, le pidieron disculpas por el pecado cometido. Ese día bautizaron a Julita como “la Chancha” por más que ella trató de olvidarse del animalito.
Julia María Tapia Carrasco murió en 1992 sin dejar descendencia, su casa la cuida Aurora, una joven madre soltera a quien ayudó a traer al mundo en el mismo cité en 1986, ahí vive con su pequeña hija Julia.
*Texto y fotos: Maru...